Las personas optimistas, tras sufrir un revés, pueden olvidarlo todo dándose un baño, comiendo o durmiendo. En cambio, las personas pesimistas, tras una adversidad, se torturan a sí mismas siendo incapaces de bañarse, de comer o de conciliar el sueño. Ante las mismas tempestades, algunos se ven impulsados a crecer y avanzar, mientras que otros quedan atrapados en el mismo lugar, incapaces de salir. La diferencia no está en la tormenta, sino en la mentalidad y el horizonte de cada uno. El optimista se cura a sí mismo con los pequeños detalles cotidianos, mientras que el pesimista deja que las emociones triviales consuman su interior. Entre un pensamiento y otro, está el cielo o el infierno; al final, uno tiene que cruzar el río de la vida por sí mismo. La resiliencia de la vida no consiste en evitar las olas, sino en renacer rompiéndolas.